sábado, 16 de julio de 2011

La odiosa existencia del patriarcado

Días pasados nuestro blog suscitó una serie de comentarios en facebook que me llevaron a escribir unas líneas que quiero compartir. Primero parto de decir que el patriarcado no se puede entender moviéndose de particularidades – la historia de una sola persona - a generalidades abstractas, sino que se comprende observando la vida diaria con lentes capaces de escudriñar las relaciones de poder en la cotidianidad. No se trata de decir que los hombres son malos per se o que son simples víctimas del patriarcado porque los construyeron machos, o que las feministas somos resentidas por experiencias negativas en el amor. Lo anterior podría decirse de un hombre que ha fracasado en el amor y/o que habla con rabia de sus relaciones pasadas. Si bien cada ser humano es particular, es bueno recordar que es hijo e hija de una época y de una educación concreta. En ese sentido es una ceguera no reconocer que los hombres reproducen los privilegios que una estructura de poder milenaria como el patriarcado les ha significado. Sin duda todos, conciente o inconcientemente, voluntaria o involuntariamente lo hacen. Desde el más "consecuente" con los debates feministas y de género, hasta el más violento es educado para tener privilegios. De esos acumulados cotidianos todos hacen uso. Las feministas no nos hemos dedicado a hacer campañas de desprestigio contra el género masculino, sino que hemos estado haciendo visible lo invisible. Ponemos a la luz pública y decimos en voz alta que algunos hombres, aun siendo avanzados intelectual y políticamente, quieren mantener la supremacía sobre las mujeres en esas esferas, controlar el tiempo de sus parejas y las decisiones que se toman en las relaciones amorosas. Hombres y mujeres somos educados de manera diferencial, inclusive para el sexo y el amor. Basta echar una mirada al paso por el colegio, a la vivencia en el hogar durante la adolescencia o al de la calle durante distintas etapas de la vida, para constatarlo. Esas experiencias diferenciales también ocurren en el trabajo, en la política, en la academia, lo cual en una sociedad patriarcal - es decir, donde los hombres tienen una supremacía de ejercicio de poder sobre las mujeres - significa que como género femenino seguimos viviendo la opresión. Hacer evidente eso no implica decir que los hombres son malos, sino que invita a mirarnos, a reinventarnos, a ser éticamente generosos dándonos cuenta de cómo hemos sido educados y educadas y hacer el intento de transformarnos. No hay peor negación a la transformación que tachar al otro de “resentido” y cerrar la posibilidad de observarse a si mismo. Nada más fácil que aliarse con quienes han sustentado el poder por siglos – los hombres en la relación hombre/mujer – y echar la responsabilidad a las últimas de lo que ocurre. Contiene un alto poder de transformación ver la cotidianidad y a nosotros y nosotras en ella con ojos autocríticos, para saber como cada quien contribuye a ese adefesio que se llama patriarcado sin olvidar la historia. En esa historia los hombres han tenido un poder real y simbólico mayor que el de las mujeres. Además de ser eso inequitativo, el problema es que usan el poder para dominar. El día que los hombres renuncien a eso y quieran construir en igualdad con las mujeres, habremos avanzado un gran paso en destruir el patriarcado. Bellota

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