sábado, 3 de septiembre de 2011

La violencia y la sexualidad… bastiones del patriarcado y la colonialidad

El patriarcado sin violencia no podría existir. Como dice Varela, la violencia es el arma por excelencia del patriarcado... ningún otro mecanismo habría conseguido la sumisión histórica de las mujeres si todo ello no hubiese sido reforzado con violencia” (Varela, 2005: 251). Esa violencia oscila entre las agresiones físicas que se han convertido en formas de castigo y control como los golpes – ejemplo de ello lo da el técnico de fútbol “Bolillo” Gómez que golpeó a una mujer a las afueras de un bar recientemente -, hasta ataques con ácido cometidos por varios hombres en Colombia y en otras latitudes del planeta y que han salido a la luz pública en los últimos días.

El ejercicio de poder que esas agresiones suponen pasa también por violencias verbales, simbólicas y psicológicas de las que hemos sido objeto históricamente las mujeres, porque continuamos siendo consideradas por la sociedad – especialmente por los hombres - como OBJETOS. Objetos de posesión, de control, de sumisión, de trasteo, de vejámenes y de deseo. Objetos a los que se les controla su sexualidad, pues el patriarcado tampoco podría existir sin el dominio de la sexualidad femenina –encarcelada entre la procreación, el matrimonio, nociones como la virginidad y la fidelidad, y el juzgamiento machista de la sociedad -.

Recientemente platicábamos con mujeres de distintos países Latinoamericanos, sobre cómo la mirada masculina nos cosifica y nos convierte en una cosa para la posesión sexual. Algo tan simple como la acción de ver, puede tener efectos de intimidación y es ejercicio de poder y control en contextos en los que no hay simetría para su ejercicio. No se trata de negar el deseo, ni la atracción física o sexual. Se trata de problematizar cómo ha sido educada la mirada masculina en relación al cuerpo de las mujeres y el sexo.

También es interesante preguntarse si esa mirada es igual en todos los países y continentes. ¿Qué relación tiene esa manera de observar con la experiencia de colonización experimentada en América Latina? En territorios cercanos a una visión religiosa tan penalizadora de la sexualidad como es la católica, vale la pena interrogarse cómo los tabú frente al sexo han despertado una obsesión por el sexo que a través de la “libertad sexual” no logran liberarnos de la represión misma. Por el contrario, a veces parecen reforzar el lugar privilegiado que los hombres han adquirido en ese esquema represor y no nos convida a subvertir la práctica sexual hegemónica sino que más bien terminamos replicándola – algo que quizás también ocurre en las relaciones entre mujeres y que está abierto para el debate -.

Derrotar el patriarcado y la colonialidad – el legado del colonialismo – supone repensarse la sexualidad sin dejar que se reconfigure el modelo dominante que anula a una de las partes en la experiencia erótica; rechazar la aceptación social de la violencia y estar atentas como mujeres a identificarla y denunciarla.

Bellota

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