El ejercicio de poder que esas agresiones suponen pasa también por violencias verbales, simbólicas y psicológicas de las que hemos sido objeto históricamente las mujeres, porque continuamos siendo consideradas por la sociedad – especialmente por los hombres - como OBJETOS. Objetos de posesión, de control, de sumisión, de trasteo, de vejámenes y de deseo. Objetos a los que se les controla su sexualidad, pues el patriarcado tampoco podría existir sin el dominio de la sexualidad femenina –encarcelada entre la procreación, el matrimonio, nociones como la virginidad y la fidelidad, y el juzgamiento machista de la sociedad -.
Recientemente platicábamos con mujeres de distintos países Latinoamericanos, sobre cómo la mirada masculina nos cosifica y nos convierte en una cosa para la posesión sexual. Algo tan simple como la acción de ver, puede tener efectos de intimidación y es ejercicio de poder y control en contextos en los que no hay simetría para su ejercicio. No se trata de negar el deseo, ni la atracción física o sexual. Se trata de problematizar cómo ha sido educada la mirada masculina en relación al cuerpo de las mujeres y el sexo.
También es interesante preguntarse si esa mirada es igual en todos los países y continentes. ¿Qué relación tiene esa manera de observar con la experiencia de colonización experimentada en América Latina? En territorios cercanos a una visión religiosa tan penalizadora de la sexualidad como es la católica, vale la pena interrogarse cómo los tabú frente al sexo han despertado una obsesión por el sexo que a través de la “libertad sexual” no logran liberarnos de la represión misma. Por el contrario, a veces parecen reforzar el lugar privilegiado que los hombres han adquirido en ese esquema represor y no nos convida a subvertir la práctica sexual hegemónica sino que más bien terminamos replicándola – algo que quizás también ocurre en las relaciones entre mujeres y que está abierto para el debate -.
Derrotar el patriarcado y la colonialidad – el legado del colonialismo – supone repensarse la sexualidad sin dejar que se reconfigure el modelo dominante que anula a una de las partes en la experiencia erótica; rechazar la aceptación social de la violencia y estar atentas como mujeres a identificarla y denunciarla.
Bellota
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