¡Cuando el patriarcado es ley, la rebeldía se justifica! ¡Cuando la muerte y el miedo se imponen el feminismo se necesita!
lunes, 26 de septiembre de 2011
lunes, 19 de septiembre de 2011
No me quieras tanto
martes, 13 de septiembre de 2011
La rebeldía feminista desde el cuerpo, desde la sexualidad…
Parece de sentido común decir que ser feminista implica rebelarse contra los mandatos patriarcales sobre los cuerpos de las mujeres. Pero a veces, eso que parece tan sencillo resulta una de las tareas más difíciles porque desde la orientación sexual hasta la estética, desde la ropa hasta los deportes que practicamos, todo está atravesado por mandatos androcéntricos, heterosexistas y misóginos.
Sobre la sexualidad, feministas como Beatriz Preciado, cuestionan el hecho de que se pretenda que lo “sexual” o la “sexualidad” se encuentran en determinados lugares del cuerpo, en aquellos órganos directamente vinculados a la reproducción: el pene, la vulva, el pecho. La tradición nos hace pensar que el resto del cuerpo, como la boca, el ano, la piel, los dedos; no son órganos sexuales, lo cual recorta de manera significativa la posibilidad de goce sexual de las mujeres. Llama la atención acerca de los estereotipos que el régimen heterosexual construye sobre las relaciones lésbicas, en los que se tiende a tratar de ubicar la parte “masculina” o “fálica” lo que considera la autora, ha reforzado la idea de que para que haya sexo y placer sexual se requiere de por lo menos un varón.
Por su parte Iris Young, muestra cómo los cuerpos de las niñas que viven en zonas urbanas y de clase media o alta, son entrenados desde muy chicas para ser mujeres. Desde la postura corporal hasta la construcción de una percepción de debilidad y dependencia de la fuerza de los varones. Nos dice Young que vivimos en una cultura en la que aprendemos que una mujer fuerte, que pueda cargar, usar herramientas para reparar, practicar ciertos deportes es poco “femenina”, es decir, poco atractiva para los hombres. Nuestro cuerpo aprende a depender y por ello, no en pocas ocasiones se parte del supuesto de que las mujeres no sabemos clavar una puntilla ni reparar algún objeto que requiera herramientas o fuerza física.
De otro lado, esta misma autora analiza cómo los senos de las mujeres han sido expropiados de sus cuerpos para ser objeto de valoración, deseo y propiedad de los varones. Los discursos culturales se orientan a utilizar la imagen de los senos casi sin necesidad de que su portadora exista. La publicidad, la pornografía heterosexista, el discurso médico, entren otros, cosifican los senos y despojan a las mujeres de su propiedad y de la posibilidad del goce sexual que de ellos podríamos derivar. El contexto histórico y cultural patriarcal determina su forma, tamaño, disposición y forma de exhibirlos o no.
De cara a ello, el desacato feminista para liberar nuestro cuerpo debe empezar por un ejercicio político de autoerotismo. Encontrar el goce y el placer por nosotras mismas y conocer tan bien nuestro cuerpo que luego podamos, si lo decidimos, guiar a la/s pareja/s que escojamos. No ser objetos del placer de nadie sino ser sujetas de nuestro propio placer. De otro lado, aquellas que aprendimos la debilidad, tenemos que desaprenderla. Podemos entrenar nuestro cuerpo en cualquier actividad que deseemos: un deporte, cargas las bolsas de mercado, reparar un electrodoméstico. Un cuerpo de mujer no es débil en sí mismo y muestra de ello es la increíble capacidad de trabajo que han tenido a lo largo de la historia las mujeres campesinas, pobres, afrodescendientes, indígenas, las deportistas, entre otras que han parido, trabajado la tierra y su capacidad de trabajo ha sido explotada hasta el límite.
Finalmente, quiero invitarlas a una práctica clásica de las feministas de las Segunda Ola: tenemos que liberarnos del sujetador. Nuestro pecho en nuestro. Podemos sentir un placer inmenso en él y deberíamos disfrutar de la variedad de sus formas y tamaños; olvidemos el mandato moral, incluso, y aunque sé que es difícil, ignoremos la mirada juzgadora de los varones heterosexuales. Como hace casi cincuenta años, ¡No sólo quitémonos los sujetadores, hagamos una hoguera con ellos!
Bombón
sábado, 3 de septiembre de 2011
La violencia y la sexualidad… bastiones del patriarcado y la colonialidad
El ejercicio de poder que esas agresiones suponen pasa también por violencias verbales, simbólicas y psicológicas de las que hemos sido objeto históricamente las mujeres, porque continuamos siendo consideradas por la sociedad – especialmente por los hombres - como OBJETOS. Objetos de posesión, de control, de sumisión, de trasteo, de vejámenes y de deseo. Objetos a los que se les controla su sexualidad, pues el patriarcado tampoco podría existir sin el dominio de la sexualidad femenina –encarcelada entre la procreación, el matrimonio, nociones como la virginidad y la fidelidad, y el juzgamiento machista de la sociedad -.
Recientemente platicábamos con mujeres de distintos países Latinoamericanos, sobre cómo la mirada masculina nos cosifica y nos convierte en una cosa para la posesión sexual. Algo tan simple como la acción de ver, puede tener efectos de intimidación y es ejercicio de poder y control en contextos en los que no hay simetría para su ejercicio. No se trata de negar el deseo, ni la atracción física o sexual. Se trata de problematizar cómo ha sido educada la mirada masculina en relación al cuerpo de las mujeres y el sexo.
También es interesante preguntarse si esa mirada es igual en todos los países y continentes. ¿Qué relación tiene esa manera de observar con la experiencia de colonización experimentada en América Latina? En territorios cercanos a una visión religiosa tan penalizadora de la sexualidad como es la católica, vale la pena interrogarse cómo los tabú frente al sexo han despertado una obsesión por el sexo que a través de la “libertad sexual” no logran liberarnos de la represión misma. Por el contrario, a veces parecen reforzar el lugar privilegiado que los hombres han adquirido en ese esquema represor y no nos convida a subvertir la práctica sexual hegemónica sino que más bien terminamos replicándola – algo que quizás también ocurre en las relaciones entre mujeres y que está abierto para el debate -.
Derrotar el patriarcado y la colonialidad – el legado del colonialismo – supone repensarse la sexualidad sin dejar que se reconfigure el modelo dominante que anula a una de las partes en la experiencia erótica; rechazar la aceptación social de la violencia y estar atentas como mujeres a identificarla y denunciarla.
Bellota